Ahí estaba yo, escribiendo mis planes, no unos muy agradables pero estaban basados en los recursos que tenía y en la más posible realidad. Debía tener todo calculado y estar preparada para lo que acontecería. Preparé un documento con mapas, escribí todo el recorrido que tendría que hacer, no era muy esperanzador, pero era lo que tenía que hacer. Faltaba poco más de un mes para el viaje, cada vez sentía más nervios. Pero eso no me podía frenar, no podía simplemente aventurarme sin saber qué pasaría. Tenía que hacer un plan A, plan B, plan C.
Pero debo confesarles que nada salió como esperaba. Le cuento una de varias situaciones:
Expectativa:
No había vuelo directo a Costa Rica, que era mi lugar de destino. Tuve que comprar un vuelo a Panamá y de ahí debía irme en bus a Costa Rica. El detalle estaba en que había dos días de diferencia entre la llegada del vuelo a Panamá y la salida del bus a Costa Rica. Y como podrán imaginar no tenía a nadie que me recibiera en Panamá. Así que mi plan era dormir en una banca en el aeropuerto, comer durante esos días unas galletas que metería en mi maleta para poder ahorrar el poco dinero que tenía y tomar un taxi hasta el terminal cuando llegara el momento de la salida del bus. ¿Les cuento lo que pasó?
Realidad:
Unas dos semanas antes del viaje estaba hablando con unos amigos sobre mi próxima aventura. Un amigo de mi papá me escuchó y me dijo –contento y sorprendido– que su hija vivía en Panamá y que podía darme alojamiento. Me puso en contacto con ella.
Yo no la conocía, nunca había hablado con ella. Sin embargo, la chica me dio la dirección de su casa y se mostró receptiva. Al llegar a Panamá, fuimos hasta su residencia. Vivía en un cómodo y moderno apartamento. Para mi sorpresa, nos ofreció dormir en su confortable cama mientras ella dormiría en la sala, en un mueble, con su esposo. Me rehusé, pero ella insistió y se notaba feliz de poder ayudarme.
Con toda la pena del mundo, mi esposo y yo pudimos bañarnos, reposar en su cama. Y quedarnos allí durante los dos días.
Los planes de Dios
Esas galletas que creí que comería durante dos días en una fría e incómoda banca del aeropuerto se convirtieron en la más deliciosa comida gourmet que jamás había probado en mi vida, y no lo digo por exagerar. El esposo de la chica era un espectacular chef de un famoso restaurante en Panamá; nos recibía en la mañana con un desayuno preparado por él. Nos llevaron a cenar en ese restaurante en el cual él era chef y nos dieron una demostración de comida gourmet de 7 rondas de platos, sin tener que pagar 1 solo dólar. ¡Era indescriptible! Cócteles, comida gourmet, buen ambiente; me sentía una reina.
A pesar de que la chica tenía dos trabajos, hizo todo lo que pudo para atendernos de lo mejor. Nos ofreció la libertad de comer en su casa lo que quisiéramos mientras ella no estaba. Comida que hacía mucho tiempo que no probaba por la escasez en mi país.
Cuando llegaba tarde de su trabajo, nos llevaba a pasear y conocer distintos lugares de Panamá. El último día, se encargó de llevarnos en su carro y dejarnos en el terminal de AlBrooke – Panamá, donde salía nuestro bus hacia Costa Rica.
Espero algún día recompensarles todo lo que hicieron por mí, y hoy hago público mi profundo agradecimiento hacia esa pareja.
Esa situación que creí que sería estar durante dos días en un aeropuerto, sin poder conocer una ciudad nueva, sin poder reposar mi cabeza en una almohada, sin poder comer. Se convirtió en una experiencia totalmente diferente.
Ahora les pregunto a ustedes que me leen ¿cuáles planes son mejores?, ¿los de Dios o los de nosotras? Cuando estemos frustradas, asustadas y sin esperanza, recordemos que Dios es quien tiene el control de todo y que sus planes son mucho mejores de lo que podamos imaginar.