Es probable que más de una coincida en esto conmigo: Siempre había pensado, por alguna razón, que la gente más bendecida o “afortunada” solía ser esa que ora 24 x 7, o que vive metida en la iglesia, o que simplemente uno ve que es súper cristiana.
Su hija favorita
Yo, desde hacía mucho tiempo, sentía que no era la favorita de Dios ¿Te has sentido alguna vez así? Digamos que me consideraba como una cristiana más del montón, por lo que a veces terminaba pensando que yo no merecía que Dios me “extra bendijera” o me llenara de milagros y regalos.
Cuando decidí que quería irme definitivamente de Venezuela. Era algo que en realidad tenía varios años rondando por mi cabeza, incluso desde antes que la crisis encrudeciera como lo hizo en el último año.
Desde aquél día que compramos los pasajes – mi esposo y yo-, hasta poco antes de irnos en avión, pasé por mucha angustia. No teníamos los recursos suficientes para subsistir hasta encontrar estabilidad económica, ni para pagar un alquiler. No sabía cuánto y hasta qué punto podría ayudarme la persona que me iba a recibir en donde estoy actualmente.
Nos íbamos sin ninguna posibilidad de trabajo. Sólo buscábamos a ver qué salía de todo este intento por cumplir nuestros sueños. Entre todo eso, siempre llegaban a mí pensamientos de negatividad: ¿por qué Dios habría de ayudarme y bendecirme? si quizás yo no lo honraba como Él se merecía; sentía que no era su hija mimada, por lo que muchas veces creí que quizás iba a gastar todo lo que tenía en un viaje y que iba a regresar con “las tablas en la cabeza”.
Compramos todos los dólares que pudimos –no lo suficiente, si le preguntas a cualquier persona cuerda– Sin saber cuánto tiempo íbamos a estar sin trabajo, sin saber si íbamos a tener que pagar alquiler ni cuánto gastaríamos en comida…
Poco menos de un mes antes de la fecha del viaje, mi esposo puso la renuncia en su trabajo por obvias razones; para nuestra sorpresa, su jefe le dijo que no se preocupara, que siguiera con ellos y le pagaban un sueldo en dólares, donde sea que él estuviera.
El alivio que tuve fue algo inexplicable. Sin embargo, quedaba yo a la deriva. Me habían dicho, además, que aquí –en Costa Rica– era muy difícil conseguir trabajo y más para un extranjero, el trámite migratorio era un dolor de parto, me decían: “vas a tener que buscar trabajo de niñera o limpiado casas”, y pare de contar. Ante eso, yo me decía: «si es lo que tengo que hacer para comenzar, lo haré».
Un mes después de haber llegado al país conseguí trabajo en una agencia de comunicación digital -mi especialidad-, en un buen puesto.
Esto solo es un botoncito de todas las bendiciones que Dios me ha dado. Quizás más adelante les cuente otro pedacito de tela, pero con todo esto solo puedo decir que Dios siempre tiene el control y que, aunque nosotros no le seamos fieles, Él siempre, SIEMPRE es fiel.