Terminar un año es, por regla, un torbellino de sensaciones. Al menos para mí.
Aunque para algunos no hay términos medios; o fue realmente muy bueno o fue realmente muy malo. En mi caso he decidido que cada año es bueno. Punto.
Eso no quiere decir, obviamente, que pasé los 365 días con una sonrisa de Barbie (tatuada y reluciente), tampoco que me la pasé bailando samba y que una nube de papelitos confeti me seguía el paso. No, eso nunca pasó.
Significa que me he adueñado de esa convicción de que para quienes aman a Dios todas las cosas resultan para bien. Así que, sin importar si todo se cumplió a cabalidad como esperaba o si logré cumplir las 512 mil resoluciones propuestas a inicio del año, hoy agradezco todo; lo alcanzado, lo que aún no sucedió y lo que nunca ocurrirá.
Y es que esa verdad milenaria: “Y sabemos que para los que aman a Dios todas las cosas les ayudan a bien”, Romanos 8:28, cobra relevancia en tu vida cuando asumes la actitud correcta.
¿Estás segura aún que no hay nada que celebrar?, yo creo que sí.
Desde 2009 practico una especie de tradición, que más allá de ser mágica o mística, es un recordatorio de que Dios siempre ha estado conmigo. Se trata de hacer un poster donde plasmo con dibujos, recortes e ilustraciones todas las metas que me propongo para el año y las organizo por áreas como: metas económicas, laborales, espirituales, relacionales y las que se me vayan ocurriendo.
El primer año me fue estupendo, creo que alcancé el 90 % de lo planificado; el segundo podríamos decir que un 70%, pero el tercero fue realmente decepcionante, así que cuando quise hacer el cuarto, pues no me alcanzaron las ganas. ¿Había perdido el efecto mi elaborado, esforzado y afamado poster?
Pues no. Simplemente yo no había tomado las mejores decisiones y mucho menos asumido la actitud correcta.
Cuando entiendes que no estás exento de cometer errores, cuando captas, al fin, que puedes tener muchos planes, pero que hay circunstancias que hasta el mismo Dios redirecciona sin un motivo aparente, entiendes que no importa cómo hayan sucedido las cosas, siempre hay algo bueno que agradecer. La promesa es que todo nos ayudará para bien, no que todo será bueno.
La verdad es que en la vida hay algo seguro: las cosas no sucederán como las esperabas. Algunas veces te sorprenderán gratamente, otras veces te decepcionarán. La mayoría de las veces la decisión de si pasa lo uno o lo otro, sólo dependerá de ti.
Yo tampoco logré todo lo que me propuse este año, pero me atrevo a decir que alcancé mucho más de lo que esperaba. Dios me regaló nuevos amigos, una nueva hermana y un sueño entaconado. También me ayudó a descubrir nuevos dones y talentos, me ayudó a no desistir si aún no veía los resultados en algunas áreas y me invitó a seguir soñando.
Cuéntame ahora, ¿cómo estuvo tu 2014? , ¿qué esperas del 2015?