¿Conocen ustedes a alguien que quiere tener excesivamente el control de todo? ¿A alguien que se plantea miles de escenarios hipotéticos antes de tomar una decisión? (y la mayoría de ellos catastróficos) ¿A alguien al que pareciese que la Divina providencia le hubiese negado ese derecho universal de poder equivocarse? Yo sí, y muchas veces la veo frente al espejo… Aunque, gracias a Dios, cada vez la encuentro con menos frecuencia.
Verán, a principios del año pasado, tomé una decisión que cambió bruscamente mi rutina diaria. Decidí dejar mi empleo para poder dedicarme a varios proyectos personales. Para quienes me conocen, saben que esa decisión no la tomé de la noche a la mañana. También saben que una inquietud muy fuerte debió apoderarse de mí para impulsarme a salir de mi cómoda estabilidad laboral.
Me llevó cerca de nueve meses tomar la decisión. Y unas semanas antes de culminar el período de preaviso en la revista para la cual trabajaba, la ansiedad por lo que vendría aumentó. Pero debo admitir que era más expectativa por las muchas cosas que planeaba lograr que otra cosa. Estaba entusiasmada, sabía que el cambio sería positivo. Y así fue, pero no de la forma que esperaba.
En cuestión de semanas la euforia de ser mi propia jefe, de emprender mis propios proyectos y la presión de ver cómo aseguraba un quince y un último, se fue tornando abrumadora, pero ¿por qué? Porque toda mi confianza estaba puesta en mis capacidades y no en Dios.
A los meses vino un sentimiento de frustración, el eufemismo que muchos cristianos utilizamos para la ira, empezó a apoderarse de mí. Estaba agotada y me sentía estafada. ¿Estafada por quién? Por Dios, entre otras personas… Sí, lo sé, estaba equivocada, pero era lo que sentía.
Pensaba que había dejado algo seguro para caminar a ciegas, para caminar guiada por Dios, quien ahora sentía que no me hablaba. Empecé a dudar de mi decisión. Y la ira fue creciendo y apoderándose de cada una de mis relaciones.
Nada de lo planeado estaba sucediendo y yo sentía que cada decisión que tomaba tenía que ser milimétricamente medida o mi vida profesional y personal estaría acabada.
¿Qué me enseñó Dios a través de todo este proceso?
1.- Que está bien pedir ayuda y reconocer ante otros cómo te sientes, incluyendo a Dios. Una de las grandes cualidades que tenía Job es que cuando su fe fue probada, nunca ocultó cómo se sentía, pero tampoco reprochó la voluntad de Dios. No lo hizo frente a sus amigos, ni lo hizo frente al Padre. Dios sabe que tenemos emociones, Él nos las dio. En tiempos de pruebas es importante ser lo más transparente con Dios y nuestros amigos cercanos.
2.-Que el excesivo control revela que hay temor. El doctor Chuck Lynch, en su libro Cómo controlar la ira y traer paz a nuestras relaciones, explica que la necesidad de tener el control refleja inmadurez espiritual. La raíz de esa necesidad de control se fundamenta en el miedo y no en la fe. Temor a ser herido nuevamente, temor a equivocarse y, ante todo, temor al rechazo o a no ser amado. El excesivo control revela falta de confianza en otro que no sea uno mismo, incluyendo a Dios.
3.-Que ambicionar una seguridad más que cualquier otra cosa, es una forma de crear a un dios sustituto. Hay que aceptarlo: la vida es dinámica y es dura. Está llena de cambios y de circunstancias que muchas veces se saldrán de nuestro control. Eso no quiere decir que no debemos procurar hacer las cosas con diligencia o tomar algunas previsiones ante determinadas situaciones, pero sí que no podemos afanarnos por una falsa seguridad y por tener un control desmedido sobre nuestras cosas y seres queridos, porque efectivamente habrá momentos donde se saldrá de nuestras manos, pero nunca de las de Dios.
El doctor Lynch explica muy bien el Salmo 127:1: “Si el Señor no cuida la ciudad en vano se esfuerza el vigilante”. Él dice que la luz de la linterna de un vigilante solo alumbra unos quince metros. Después de allí está la oscuridad de la noche. Un enemigo podría asaltar y atacar antes de que el vigilante pueda sonar la alarma. Dios no sugiere que el guardia cese su vigilancia, es su trabajo hacerlo diligentemente; sin embargo, la protección de nuestra vida, de nuestra familia y nuestros bienes no viene solo de la vigilancia, sino de la confianza en Dios, que es el único que puede ver aún en las tinieblas.
“Él revela lo profundo y lo escondido; conoce lo que está en tinieblas y con Él mora la luz”. Daniel 2:22.
4.-Nuestra fe necesita que aprendamos a caminar a ciegas. Habrá períodos donde no escucharemos la voz de Dios por más que la busquemos en todas partes. Dios lo permite para que nuestra confianza en Él madure y para que desarrollemos nuestro discernimiento y podamos comprobar cuál es Su voluntad, lo que es bueno, agradable y perfecto. Y como un amigo me dijo para comprobar algo: primero necesitas arriesgarte y probar.
No digo que ya soy una experta en el tema, pero saber que Dios tiene mejores planes que los míos y que está atento de cada uno de mis intereses, me hace más llevadera esta nueva etapa que inicié hace unos meses.