¿Por qué Dios permite que le pasen cosas malas a las personas buenas?

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Hace poco perdí a alguien que quería mucho profundamente. Una de esas personas buenas, generosas, que dedicaron su vida a servir y amar. Su partida me dejó una pregunta que no me soltaba:

¿Por qué Dios permite que le pasen cosas malas a las personas buenas?

Tal vez esta no es solo una pregunta que leíste en un libro. Tal vez es la pregunta que llevas dentro desde que te pasó “eso”. La pérdida. La enfermedad. La traición, esa persona que murió o ese dolor que nadie conoce pero lo llevas encima.

También me lo pregunté pero encontré  en un libro que me lo explicó y quiero que tu también lo entiendas.

El libro se llama: Las 100 preguntas más frecuentes sobre Dios y la Biblia,  en la página 70 se detalla esta misma inquietud con honestidad: “ ¿Por qué Dios permite que le pasen cosas malas a las personas buenas?

La pregunta más humana… y más espiritual

Detrás de esa pregunta hay una tensión: creemos en un Dios bueno, pero vivimos en un mundo roto. Y esa tensión duele, pero te invito a mirar esa pregunta desde el corazón del evangelio, no desde el consuelo fácil.

La Biblia jamás nos promete una vida sin dolor. De hecho, nos advierte lo contrario: “En el mundo tendrán aflicción”(Juan 16:33, NTV). Lo que sí promete es que no sufriremos solas, que todo dolor será redimido, y que el sufrimiento, aunque no tenga sentido inmediato, tiene propósito eterno.

Cuando el dolor no tiene explicación, pero sí tiene compañía

A veces, en nuestro intento por encontrar consuelo o dar sentido al sufrimiento, recurrimos a frases que, aunque bien intencionadas, pueden resultar más confusas que sanadoras: “Tal vez Dios quiere enseñarte algo”, “Todo pasa por algo”, “Seguramente era su voluntad”. Estas expresiones se han convertido en respuestas rápidas cuando no sabemos qué decir, y muchas veces las repetimos porque también necesitamos creer que hay un propósito detrás del dolor.

Sin embargo, cuando miramos con atención las Escrituras, descubrimos una verdad más compleja y al mismo tiempo más liberadora: no todo lo que sucede es voluntad directa de Dios. Vivimos en un mundo caído, donde el pecado, la maldad, la injusticia y las consecuencias de nuestras decisiones —y de las decisiones de otros— están presentes. La Biblia nos muestra a un Dios soberano, sí, pero no a un Dios que disfruta del dolor ni que diseña tragedias para castigar o probar constantemente a sus hijos.

Dios no fue el autor del abuso, ni del abandono, ni de la enfermedad que golpeó tu casa. No fue Él quien causó esa pérdida que partió tu corazón. Pero sí es cierto esto: Dios tiene la capacidad de redimir incluso aquello que Él no causó. Su especialidad es entrar en los escombros de nuestra historia y hacer de ellos un lugar de encuentro y restauración.

Romanos 8:28 lo dice con claridad: “Y sabemos que Dios hace que todas las cosas cooperen para el bien de quienes lo aman y son llamados según el propósito que Él tiene para ellos” (NTV). Este versículo no afirma que todas las cosas son buenas, ni que todas vienen directamente de la mano de Dios, sino que Él puede usar incluso las más dolorosas para cumplir un propósito eterno en nosotras. Es decir, Dios no necesita causar el sufrimiento para transformarlo en algo que obre para nuestro bien.

Así que tal vez la invitación no es a explicar lo inexplicable, sino a rendirnos con humildad ante lo que no entendemos, confiando en que Aquel que ve todo desde la eternidad también está obrando en el silencio de nuestro sufrimiento.

Dios no se deleita en el sufrimiento humano. Él llora con nosotras. Jesús mismo lloró frente a una tumba. Jesús mismo fue víctima de una injusticia. El Hijo de Dios, completamente inocente, sufrió lo peor… y lo hizo para estar con nosotras en lo peor.

¿Y si dejamos de buscar explicaciones, y buscamos a Dios?

Hay cosas que quizás no entenderás nunca en esta vida. Y no está mal que duela. Pero la invitación es esta: que el dolor no te aleje de Dios, sino que te lleve a sus brazos. Porque cuando nada tiene sentido, Su presencia sí lo tiene.

Y si aún te preguntas: ¿Dónde estaba Dios cuando pasó eso?
La respuesta, aunque parezca insuficiente, es esta: estaba contigo.

Estaba en tu cuarto oscuro, en tu noche sin consuelo, en ese hospital, en ese silencio. Lo que sientes que te rompió, también lo sintió Él. Y si hoy estás leyendo esto, es porque todavía hay esperanza.

Una oración para las que no entienden, pero siguen creyendo

Señor, no entiendo por qué permitiste lo que pasó. Me duele, y a veces me cuesta confiar. Pero hoy no te pido respuestas, te pido compañía. Abre mis ojos para verte aún en medio del caos. Recuérdame que tu presencia es más constante que mi dolor. Amén.

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