Si hay algo fácil en la vida es contaminar nuestro corazón. Dios no se equivocó cuando dice en Su Palabra que guardemos nuestro corazón porque de él mana la vida (Prov.4:23). Sé que te preguntarás y ¿Cómo es eso que se contamina el corazón?
El corazón se contamina fácilmente con chismes, murmuraciones, con falta de perdón, sentimientos negativos, dolor, frustración, envidia, entre otros. Todo eso forma el escombro que ensucia nuestro corazón y no le permite vivir limpio y puro como agrada a Dios.
Fíjate cuando alguien murmura de ti o te cuentan algo no muy agradable de una persona, cuando te traicionan, lastiman o hieren física o emocionalmente, cuando fracasas, cuando pierdes. ¿Qué siente tu corazón? Ira, dolor, frustración, tristeza, odio, amargura y cualquier otro sentimiento negativo. Es normal que lo sientas, nadie ni por muy bueno que sea, se alegra cuando le hacen daño o cuando las cosas no le salen bien. Es normal que sintamos todo eso, Dios también creó los sentimientos y las emociones y los colocó como parte de nuestro ser.
No te conviertas en una persona «Tóxica»:
El problema está en dejar y permitir que todos esos sentimientos dañinos nos dominen y gobiernen nuestra vida por completo, y sí que tienen el poder para hacerlo. Hay gente que nunca en su vida se atreve a perdonar, a olvidar, a dejar atrás y a volver a empezar. Por el contrario viven toda una vida lamentándose por todo lo malo que les ha ocurrido, con un odio permanente hacia algunas personas, con raíces de amargura y resentimientos, por nunca dar el paso de perdonar y avanzar.
En un momento de mi vida, viví una situación en la que me sentí utilizada y engañada por un hombre. Lo supe después de un tiempo cuando abrí los ojos y reaccioné. Desde ese entonces comenzó a nacer una rabia en mí con la que viví por mucho tiempo, rabia hacia la persona por la que me sentí traicionada y rabia hacia mi misma porque sentí que fui una tonta. Así pase mucho tiempo y ¿saben por qué? Porque yo decidí mantenerme enojada hasta el día en que yo pudiera ver nuevamente a la cara a esa persona y decirle sus cuatro verdades. Ese momento nunca llegó y hasta el día de hoy no ha llegado, pero la misericordia y gracia de Dios me alcanzó para hacerme libre, antes de que ese sentimiento de dolor que había en mí me consumiera completamente.
Perdonar: ¡Tienes que decidirlo!
Eso sucede en la vida de muchos, no perdonamos, no olvidamos, porque queremos tomar el asunto en nuestras manos y tratar de defendernos o tomar venganza para no quedar tan heridos o ridiculizados, porque creemos que eso cambiará, mejorará las cosas o nos aliviará el dolor. Pero, no es así, casi siempre trae más dolor y mayores consecuencias.
Luego me pasó algo, digamos que no tan doloroso como el primer caso, pero en el que me sentí desilusionada, esta vez por una amiga muy querida. Mi reacción hacia lo que yo sentí que ella había hecho, fue tratar de ignorarla de ahí en adelante y quitarle mi apoyo incondicional, en otras palabras darle lo mismo que yo recibí de ella.
Sinceramente hablando, estas han sido las únicas dos veces en que he sentido este tipo de sentimientos en mi corazón, específicamente resentimiento y falta de perdón. En el primer caso fue por un poco más de un año, en el segundo por tan solo unos días.
Pasado esos días, el Espíritu Santo de Dios ministró a mi vida y a partir de ahí me inspiré para hablar sobre este tema, porque sé que como yo muchas personas han sentido lo mismo y de hecho personas muy cercanas a mí, viven con esa condición en su corazón.
Esto fue lo que me ministró el Espíritu Santo:
“Hay personas que en algún momento, con una actitud y por alguna razón nos pueden ofender, herir o lastimar y eso provocará en nosotros sentimientos de frustración, amargura, tristeza, etc. Pero, a pesar “De” lo que haya sido, tenemos el poder de decidir amarlos y perdonarlos. ¿Con qué propósito? Con el propósito de mantener limpio tu corazón y no contaminarlo con ningún sentimiento que lo dañe”.
NO SE TRATA DE LA PERSONA QUE TE CAUSA EL DAÑO, ¡SE TRATA DE TI!
¡Wow! No te imaginas la paz que sentí cuando esas palabras vinieron a mi mente. No hay duda de que venían de Dios.
En ese momento tomé la decisión de olvidar lo que había pasado con mi amiga y seguir amándola como siempre. Me dije: no se trata de ella, se trata de mí. De mi corazón, de mi paz y de mi crecimiento como hija de Dios.
“Creo que nunca vamos a desear perdonar, por eso se trata de una decisión y no de un sentimiento”.
Nuestra carne, nuestra humanidad, siempre desea lo contrario al espíritu, porque ellos se oponen entre sí. Yo en mi carne deseaba pagarle con la misma moneda a mi amiga, aún cuando no se trataba de un asunto tan grave. Pero entendí que cuando decidimos amar, perdonar, avanzar y seguir adelante como Dios lo demanda en Su Palabra, más nos parecemos a Jesús, a ese Cristo que Él día a día quiere formar en nosotras.
Haz algo por ti y por tu bienestar: ¡Perdona!
Examina tu corazón y mira con detenimiento dentro de ti qué basura está haciendo espacio allí, y toma ya la decisión de barrer y limpiar todo lo que estorba en tu corazón. No permitas que esos escombros te sigan llenando de amargura, dolor, envidia u odio, no le otorgues el poder a nada, ni a nadie de contaminar tu corazón.
Hoy la misericordia y la gracia de Dios quieren alcanzarte y hacerte libre de una vez y para siempre. Recibe su perdón y vive a partir de ahora con un corazón puro y limpio, lleno del amor de Dios. Perdonar no siempre significa reconciliación, pero lo que sí significa es sanidad del corazón.
Recuerda: ¡No se trata de nadie más, se trata de ti!
Perdonad. Y seréis perdonados. Lucas 6:37
Escrito por: Shaysiu García