–“¡Pero Elí!, ¿dónde vamos a vivir? ¡No te das cuenta que tenemos que tener un plan seguro?”
–“Cálmate, mujer, todo va a estar bien. Estamos en las manos de Dios”.
Y aun así, no me calmé.
Hace algunos años conocí a una chica por internet, nos hicimos amigas, era de Costa Rica. Apenas mi esposo y yo decidimos, por varios factores, que emigraríamos a Costa Rica, la contacté.
Ella se mostró receptiva, habló con su mamá y ambas estuvieron de acuerdo en recibirnos en su casa por unos días o semanas hasta que lográramos una estabilidad para poder buscar un lugar propio. “Mi casa es muy pequeña, solo tenemos un mueble en la sala que les puede servir mientras tanto”, me dijo.
Le conté a mi familia y a mis amigos nuestro plan. Todos me decían que iba a ser incómodo, hasta algunos amigos que siempre hacen sus chistes pasados de tono me decían: “¿Y cómo vas a hacer cositas con Elí?” –¡Qué desastre de amigos tengo, jajaja!– Pero, ¿qué otra opción tenía? Al menos estaba agradecida de que ellas me ayudaran con lo que pudieran.
Así que… ¿Cómo me imaginaba la situación que se avecinaba?
Expectativa
Los planes era que estaríamos algunas semanas viviendo en una pequeña sala de la casa de una persona que conocí por internet. Dormiríamos en un sofá, comeríamos ahí con ellas, usaríamos el mismo baño. Me llenaba de pavor el solo pensar que íbamos a ser de tal incomodidad para mi amiga y su mamá. A pesar de todo, no éramos las mejores amigas, su mamá no nos conocía. Pensaba que quizás se cansarían de nosotros mucho antes de que lográramos una estabilidad y de que pudiésemos irnos a vivir solos a otro lugar.
Y al decir verdad, ¿qué tan factible era que en un mes o en un tiempo prudencial consiguiéramos el suficiente dinero para pagar un alquiler y costear nuestra vida en ese país? Si me lo preguntan, no estaba nada satisfecha con el plan. No era lo suficiente seguro para mí, pero era la única opción que teníamos. O eso pensábamos…
Realidad
Por razones que no tengo derecho a contar públicamente en este post, la casa que estaba al lado de la de mi amiga había quedado desocupada y era propiedad de sus tíos, por lo que ella podía hablar para que nos prestaran la casa por un tiempito y así no fuese tan incómodo para todos nuestra estadía.
Transcurrieron al menos dos semanas para esperar la decisión final; estaba nerviosa, lo más probable era que no se diera, yo no era más que una desconocida para toda su familia. Sin embargo, dos días antes del vuelo, mi amiga me dijo que ya todo estaba hablado y nos dejarían quedarnos en la casa desocupada.
Una casa grande para nosotros solos, baño con agua caliente, electricidad, no necesitábamos más por los momentos… ¡Ah, sí! Comida. Pero no se preocupen –como yo lo hice–, pues mi amiga y su mamá nos acogieron como parte de su propia familia y nos dieron de lo que tenían para comer. Durante al menos tres meses estuvieron ayudándonos con gastos en alimentación.
Si se preguntan dónde estoy actualmente, sigo en la misma casa, pagando un alquiler que representa en costo el 20% de lo que cualquier otro alquiler costaría. Con trabajos estables con los que ya podemos costearnos sin problemas.
Dios desbarata nuestros planes para hacer cosas asombrosas por sus hijos, mucho más allá de lo que podamos pensar. Y pone en nuestro camino personas que hacen de nuestra vida y experiencia un total milagro. Hoy, agradezco que esas personas –Naty y la señora Carmen– nos hayan tomado como su familia, y agradezco que Dios no se conformó con mi plan, como yo lo hice, sino que me dio mucho más de lo que pedí.