No lo quería aceptar, pero soy bastante perfeccionista. No de aquellas a las que les gusta que todo quede milimétricamente cuadrado, tampoco de aquellas que organizan sus sábanas para que queden en un hermoso y perfecto degradé, pero sí de aquellas que repasa ciento de veces lo que dijo e hizo, para encontrar triunfantemente que, por supuesto, lo puede hacer mejor.
Cuando este afán de perfección comenzó a perjudicar varias de mis relaciones de forma muy notoria, decidí ir en búsqueda de respuestas y formas más realistas y saludables de vivir, (aún ando en ello, así que luego les cuento qué tal me va). Hasta el momento descubrí que entre las muchas razones que pueden influenciar para que una persona se torne perfeccionista –además de su temperamento y forma de crianza– está el temor. Pero antes de profundizar en ello, es necesario hacer este inciso: procurar la excelencia no es sinónimo de ser perfeccionista.
El doctor Chuck Lynch en su libro Cómo controlar la ira y traer paz a sus relaciones explica que la palabra excelencia viene del griego “ir más allá”, que significa exceder, sobrepasar, ir más allá de lo esperado. Mientras que el perfeccionismo está motivado por el temor, temor de no hacer las cosas de forma correcta. Lynch sostiene que “los atletas con temor a fracasar difícilmente ganan los juegos olímpicos, ya que el temor reduce sus posibilidades de éxito y la calidad de su participación”.
En otras palabras: el afán por hacer las cosas perfectas obedece más al temor por aquello que se puede perder, que al entusiasmo de lo que se puede ganar.
¿Pero temor a qué? A experimentar alguna de las dos sensaciones más dolorosas para todo ser humano: miedo a sentirse rechazado o abandonado, miedo a no sentirse amado.
Lo segundo que debemos saber es que un profundo sentimiento de orgullo embarga a los perfeccionistas. Cuando somos chicos, el rechazo o abandono de algún padre, la comparación que hizo alguna maestra del colegio, o los comentarios hirientes de algún niño, pueden activar en nosotros la necesidad constante de esforzarnos para proteger nuestro valor personal. A este esfuerzo Lynch lo denominó orgullo.
El orgullo en los perfeccionistas se traduce en una necesidad de controlar todo aquello que deje ver una falla en su vida o simplemente su cualidad más humana: la capacidad de equivocarse. Cuando el orgullo alcanza un grado mayor les hace sentirse infantilmente necesarios y les hace creer que tienen que ser omnipresentes. Este punto se podría ilustrar en frases como estas: “si yo no estoy, no se hace nada bien”, “tengo que hacerlo yo, porque nadie más sabe o entiende”.
Lo tercero que hay que tomar en cuenta es que el perfeccionismo es una fuente recurrente de ira. El Doctor Les Carter, citado por Lynch, comenta que algunas de las personas más furiosas que conocemos son perfeccionistas, pues, como ningún lugar o ser humano es perfecto, este idealista suele frustrarse constantemente. Nada encaja con sus ideas o posturas, nada logra satisfacer sus expectativas.
La vergüenza, por su parte, es otra de las emociones que están asociadas al perfeccionismo. Esta se fundamenta en la necesidad de buscar siempre un lugar dónde escondernos. Hay muchas situaciones en nuestra vida que pueden ser una fuente de vergüenza: el abuso sexual, la violencia intrafamiliar, el rechazo de algún ser querido, el tener padres farmacodependientes… ¡La lista es infinita!
Lynch explica que “los perfeccionistas están emocionalmente fuera de control en su interior, así que deben esconder esta realidad al ser controladores en su exterior”.
Ahora bien, no todo son malas noticias, en medio de este desolado panorama, hay esperanza. Mi vida, o tu vida, no está confinada al fracaso. Hay ciertas claves que pueden ayudar a aplacar esa tendencia de querer controlarlo todo. No hay recetas mágicas, ¡oh, vaya que no las hay!, pero sí hay herramientas que nos ayudarán a mantener paz en todas nuestras relaciones.
Yo, como diría el apóstol Pablo, no pretendo haberlas alcanzado ya, pero prosigo hacia la meta y sé que tú también podrás. En la próxima entrada, veremos algunas claves que nos ayudarán a decirle adiós al perfeccionismo.