Amelia no se percató de Franco cuando sus caminos coincidieron; el amor a primera vista fallaba para la ocasión. Sin embargo, para Franco no fue así; la espontaneidad de Amelia lo atrajo lo suficiente como para querer conocerla.
Franco fue acercándose, haciéndose notar muy astuta y sutilmente, camuflando sus complejos y defectos con simpatía, risas, y atenciones. Él le hablaba con pasión de sus sueños y ella lo escuchaba con admiración, hasta que Amelia empezó a mirarlo de manera diferente, con ese brillo característico en sus ojos: parecía ser ese chico apasionado, valiente y divertido que siempre soñó a su lado; y saber que era justo ella con quien él se sentía identificado −a pesar de las pocas semanas que tenían conversando− fue suficiente para que cediera paso a la confianza. Pero Amelia desconocía los secretos del corazón de Franco, desconocía que ese chico aparentemente perfecto, más que saber amarla, la marcaría para siempre.
No te apresures
El enamoramiento no es una etapa para dejarse llevar por los sentimientos, al contrario, es cuando debemos estar más alerta y cuidarnos de no poner en bandeja de plata nuestro corazón; la sabiduría y el dominio propio deben ser tus grandes aliados.
Durante esta etapa, el corazón siempre buscará desentenderse de la razón y dejarse llevar por el momento, sin estar consciente de su exposición al daño. El efecto de “apresuramiento” que trae consigo la fase del enamoramiento cuenta, inclusive, con su respaldo desde el punto de vista bioquímico; sin embargo, El Señor nos enseña claramente en su palabra a ser precavidos cuando de la mente y el corazón se trata. Detente y medita: de buenas a primeras, ¿confiarías tu vida a un perfecto desconocido sólo por la manera en que te hace sentir?
En algún momento, todas nos hemos dejado deslumbrar por el encanto de un Franco que ha tocado a nuestra puerta. Franco no era un mal chico, pero los traumas de su pasado y las heridas no cicatrizadas en su corazón lo incapacitaban para amar correctamente. Recuerda: un corazón que no esté sano, aun inconscientemente, sólo sabrá lastimar; es por ello que antes de empezar cualquier relación de pareja, debemos asegurarnos no solo de que Cristo rija por completo el corazón y la vida de la otra persona, sino el de nosotras mismas. Dios es amor, y si permanecemos en Él, sabremos amar en su amor: amor genuino.
No confundas madurez espiritual con madurez emocional
Ahora bien, que un hombre haya decidido caminar con Dios y lo ame con todo su corazón, no es garantía de que posea madurez emocional. Tanto la sanidad interior como la madurez emocional son parte de un proceso, igual que la madurez espiritual.
Aunque el corazón grite lo contrario, ¡sé sabia! Compartir la fe no puede ser el único común denominador para establecer una relación; la madurez y sanidad emocional tanto de tu pareja como de ti, deben ir de la mano con su madurez espiritual, y valerse de la carta de la amistad es una excelente opción para conocer a fondo a una persona.
Los límites que establece la amistad antepuesta a una relación de pareja te ayudarán a conocer lo que de labios no se dice pero el corazón alberga, a fortalecer vínculos emocionales, a descubrir intereses comunes y a esclarecer propósitos. Así, cuando decidas amar, estarás enamorándote de tu mejor amigo y no de un desconocido.
Para saber qué pasó con Amelia y en qué termina esta historia, no dejes de leer el próximo y último post de esta entrega: No todo puede llamarse amor (III).