Hace un tiempo les compartí un artículo en el que hablaba sobre una enemiga silenciosa que hace mucho daño: La Envidia. Hoy vengo a hablarles de la hermana de ella, La Comparación, otra mentirosa que vino a robarnos la capacidad de ver nuestra verdadera valía y las múltiples bendiciones que tenemos.
Satanás solo quiere apartarnos de los dones que Dios nos ha dado, él quiere hacernos dudar y que nos comparemos con los demás. Y yo le había estado dando el gusto durante tanto tiempo. Comparándome con tantas personas. En vez de estarme regocijando por mis dones específicos y aprendiendo de ellos. He dejado que mis comparaciones me detengan. «No soy tan buena como… No soy tan divertida como… No soy tan sabia como… No soy tan valiente como…». Alyssa Bethke
Desde pequeñas pareciera que aprendemos a compararnos, aún sin saberlo comenzamos a mirarnos en el espejo de alguien más. Yo diría que el abismo se hace mayor cuando llegamos a la adolescencia, en el colegio vemos a otras chicas y sentimos que no «damos la talla» como ellas. Nos vemos a nosotras mismas y nos sentimos menos, menos bonitas, menos inteligentes, menos afortunadas. Nos la pasamos comparándonos, desde nuestro cabello hasta la marca de la ropa que usamos. Y lo que un día comenzó como algo sin mucha importancia, ahora es como una neblina mental que nos ciega y no nos deja ver la realidad.
De la comparación nacen muchos males modernos: El creciente auge de la cirugía estética nos da un indicio, los desordenes alimenticios también pueden ser una consecuencia de compararse con otros. Lo cierto es que ella no se detiene y su único propósito es hacernos infelices y robarnos lo que es nuestro, el propósito que Dios tiene para nuestras vidas.
La comparación no te deja ver la bendición
Debo confesar que aunque he superado a la comparación en muchos aspectos, todavía me queda mucho camino por recorrer, y que escribir estas líneas es tanto para hablarles a ustedes, como para hablarme a mí. No podría aconsejarlas si no supiera bien de qué se trata y con lo que estamos luchando. La comparación está en todos lados, y nos afecta a todos, hombres, mujeres y niños, pero por alguna razón somos las mujeres las más vulnerables.
Hace algunos días me pasó que estando en la iglesia comencé a mirar a mi alrededor, y de repente comencé a ver cómo estaban vestidas otras chicas contemporáneas conmigo, luego miré mi ropa y me sentí «fea», el asunto me perturbó y me desenfocó de la verdadera razón por la cual yo estaba allí ese día, en vez de fijarme en lo maravilloso que era estar allí, habitando entre amigos y hermanos en la fe, alabando a Dios y recibiendo sabiduría, me dejé cegar por la comparación y perdí de vista la bendición. Y es que precisamente esa es la intención de satanás al colocar a la comparación en tu vida, distraerte y apartar tu mirada de lo que realmente importa: de Dios y Su gracia.
La comparación daña tus relaciones con los demás
La comparación siempre ha existido, sin embargo; creo que nuestra generación es la más vulnerable, con el auge de las redes sociales son muchas las personas que han perdido su enfoque al dejarse arrastrar por la falsa perfección que en estos canales se transmite, y es que con ellas en el juego, compararse nunca había sido tan fácil, y me refiero a una comparación en todo sentido, donde ya no solamente te verás en la necesidad de «competir» con los looks perfectos de Perensejita, sino que ahora comenzarás a preocuparte porque tu vida social y tus amigos no son tan «in» como los de Fulanita, y por qué tu pareja no es tan detallista como la de Menganeja. Y allí es donde comienzan las inconformidades…
– ¿Por qué mi pareja no puede ser como el novio/esposo de Menganeja? Mira, le llevó un ramo de flores y un peluche del tamaño de ella en su cumpleaños. En cambio el mío…
– ¡Wow! Fulanita tiene tantos amigos, todos los fines de semana van al cine o a la playa, en cambio yo… en cambio mis amigos… en cambio mi vida…
– Me encanta la buena relación que tiene Yayita con su mamá, ¡si hasta se toman selfies juntas! En cambio la mía…
¿Entiendes el punto, verdad? Cuando comienzas a comparar tus relaciones y la forma de ser de las personas que te rodean con lo que otras aparentan ser, o lo que crees ver en otras relaciones y en otras personas, comienzas a sentirte chiquita y comienzas a minimizar el valor de tus relaciones y el de las personas que forman parte de tu vida. Como resultado de ello comenzarás a sentirte insatisfecha, poco digna, de poco valor, como que no vales tanto como esas otras chicas que parecen tener una «mejor vida» que tú, pero ¿sabes qué? ¡Nada está más lejos de la realidad!
Sobre la comparación y su hermana, la envidia:
La comparación y la envidia están íntimamente relacionadas, digamos que son hermanas, y es que ser víctima de una puede llevarte a caer en la trampa de la otra.
Verás, cuando te comparas con otras personas tiendes a mirarte a ti misma y a lo que tienes como «menos», ya que las personas que comparan tienen la manía de ver todo lo bueno de los demás y todo lo malo de ellas mismas. Por tanto, siempre lo que es o lo que tiene el otro es mejor, y es allí donde se produce el daño. La persona que se compara puede, o bien sufrir de un bajón en su autoestima que la limita o bloquea, es decir, se ensaña contra sí misma y eso le impide crecer; o bien, puede comenzar a sufrir de envidia deseando lo que ese otro tiene, lo cual le impide aprovechar sus talentos propios y alcanzar su propósito en la vida.
Es así como -continuando con los ejemplos anteriores- La mujer que compara puede romper o dañar su relación de pareja al exigirle a su novio o esposo que sea como la pareja de Menganeja, o puede perder a sus verdaderas amistades por buscar otras «más cool» como las que tiene Fulanita, o bien, dañar a su mamá al reprocharle el por qué no es como la mamá de Yayita, cuando lo que esta mujer no sabe es que las relaciones de Menganeja, Fulanita y Yayita tampoco son perfectas; la gente solo muestra lo bonito, lo que quiere mostrar, pero amigas, los «trapos sucios» se lavan en casa.
Como puedes ver, no exagero cuando llamo a la comparación «ladrona», ciertamente es algo que puede llegar a cegarte, a robarte la paz y los momentos felices con tu familia, amigos y contigo misma. Sin embargo, no todo está perdido y mientras tengamos un Dios hermoso cuidando de nosotras y amándonos, habrá esperanza.
No te pierdas la segunda parte de este post, próximamente…