Luchar contra un error que se ha vuelto constante en nuestra vida suele ser devastador. Es una lucha que agota el corazón, resquebraja la fe, y justo cuando crees avanzar, caes en cuenta que nunca lo has superado realmente. Así se te va la vida, muriendo cada día a la esperanza, esperando un toque especial de Dios que cambie tu realidad, sin comprender que es Él quien siempre ha estado esperando por ti para actuar… Pero entonces, ¿qué te lo impide? He aquí alguna de las principales razones:
Creerte indigna
Cuando caes de forma recurrente, sentirte una causa perdida se vuelve típico. Eso sucede porque fallarle a Dios suele sembrar un complejo absurdo que te hace subestimar el amor de Jesús, como si la inversión de su vida en la cruz no hubiese sido exitosa (al menos, en tu caso); ¿o me equivoco?
«Él anuló el acta con los cargos que había contra nosotros y la eliminó clavándola en la cruz. De esa manera, desarmó a los gobernantes y a las autoridades espirituales. Los avergonzó públicamente con su victoria sobre ellos en la cruz», Colosenses 2:14-15 (NTV).
Sé que suena duro, pero, por muy indigna que te sientas, necesitas entenderlo: El amor de Dios no caduca. Es tiempo de cambiar nuestra mentalidad y comprender que Jesús pagó una vez y para siempre por tus faltas pasadas, presentes y futuras, por infames y recurrentes que sean.
¿La estrategia?, disponerte a recibir ese amor que crees no merecer, reconociendo tu condición y urgente necesidad de su intervención, siempre de corazón y cuantas veces sea necesario.
Cada vez él me dijo: «Mi gracia es todo lo que necesitas; mi poder actúa mejor en la debilidad», 2 Corintios 12:9 (NTV).
Buscar el cambio por tus propios medios
Combatir los problemas del alma con métodos propios nunca dará resultado. Aclaro: una cosa es esforzarte en alejarte de todo lo que te conecta o incita a fallar, y otra muy diferente es intentar cambiar tu conducta (hábitos) sin cambiar tu naturaleza; esto solo acarrea frustración y desánimo. Por esa razón necesitas trabajar en lo que habita en tu interior con las estrategias apropiadas para ello:
«No se duerman; velen y oren para que puedan resistir la prueba que se acerca. Ustedes están dispuestos a hacer lo bueno, pero no pueden hacerlo con sus propias fuerzas», Mateo 26:41 (TLA).
El miedo a fallar
El temor es fe que opera a la inversa. Cuando te mueve más el miedo a fallar que el fundamento de tu fe, se hace obvio que estás alimentando al lobo incorrecto; entonces, ¿qué crees que sucederá? –Y si aún dudas de la respuesta, pregúntale a Job–.
«Lo que yo siempre había temido me ocurrió; se hizo realidad lo que me horrorizaba», Job 3:25 (NTV).
¿La estrategia para combatirlo? Fortalecer tu relación con Dios. Verás, cuando esta se vuelve unilateral, deja de ser una relación, pero enfocarte en comunicarte y aprender constantemente de Él, –aún en medio del dolor– te enseña a dejarte arropar por el perfecto amor de Jesús, el único antídoto:
«En esa clase de amor no hay temor, porque el amor perfecto expulsa todo temor. Si tenemos miedo es por temor al castigo, y esto muestra que no hemos experimentado plenamente el perfecto amor de Dios», 1 Juan 4:18 (NTV).
Preocuparte más que ocuparte
«Si el Señor no construye la casa, de nada sirve que trabajen los constructores; si el Señor no protege la ciudad, de nada sirve que vigilen los centinelas», Salmos 127:1 (DHH).
Como verás, si la responsabilidad que sientes de guardar tu reputación ante otros te preocupa más que ponerte a cuentas y crecer con Jesús (sea porque asistes a una iglesia, prestas un servicio a otros, ejerces un liderazgo, o por la opinión de tu familia y/o amigos), déjame decirte que en vano es tu esfuerzo. Por esa razón es que quizás, desde hace tanto, vienes cargando con el peso de tus faltas a cuestas:
«Ustedes viven siempre angustiados y preocupados. Vengan a mí, y yo los haré descansar», Mateo 11:28 (TLA).
Jesús fue claro. ¿Necesitas otra razón para acudir al único que puede darte descanso y empezar a cultivar una genuina relación con Él?
Amiga, podemos asistir a la iglesia cada domingo, pero solo una relación con Jesús transforma nuestras vidas. No es lo mismo desear un cambio que buscar una transformación. Él está esperando por ti, de ti depende atender su llamado.
«¡Mira! Yo estoy a la puerta y llamo. Si oyes mi voz y abres la puerta, yo entraré y cenaremos juntos como amigos», Apocalipsis 3:20 (NTV).