Cuando está presente nos llena de fortaleza y valentía… Cuando falta, nos paraliza y endurece. Como mujeres, tener una relación de amor duradera es una búsqueda incansable del corazón, y los intentos por encontrarla o mantenerla resultan agotadores. Podemos llegar a perder nuestra identidad haciendo un esfuerzo por agradar a otros, aunque eso vaya en contra de nosotras mismas, y atribuimos el fracaso a la falta de susceptibilidad de todos; tus padres, tus amigos, tu novio, tu esposo y hasta tus hijos; demandamos de ellos algo que no están en la capacidad de dar.
Las decepciones en mi niñez me hicieron sentir profundamente sola. No estaba consciente de ello ni tampoco sabía cuándo había comenzado. Al crecer, mi comportamiento, mi manera de vestir, mis decisiones, mis relaciones complacían a todos, menos a mí. El vacío era cada vez mayor y llegó un momento de mi vida en el que no podía lidiar con una decepción más.
El sentimiento que recuerdo era que necesitaba descansar, deseaba llegar a un lugar donde no tuviera que esforzarme por ser aceptada o amada, necesitaba consuelo. Dios, en su inmenso amor por mí, le mostró mi necesidad a alguien que se atrevió a hablarme de Jesús. Acepté ir a la iglesia, y al poco tiempo me di cuenta que conocerlo era mucho más que religión o teología. Llegué a la fuente de amor verdadera, a una persona que satisface por completo nuestra necesidad de confiar, de creer y de permanecer en una relación que no decepciona.
No importa quién te hirió ni en cual etapa de tu vida. No importa quien no te amo o quien te abandonó, porque cuando estás en los planes de Dios, cada paso, cada experiencia, incluso cada lágrima obrará para bien y te colocará un día cara a cara con la Verdad.
Jesús dijo en Juan 4:14:
«Pero el que beba del agua que yo le daré, nunca volverá a tener sed. Porque el agua que yo le daré se convertirá en él en manantial de agua que brotará dándole vida eterna.»
Sus palabras te arropan, te abrazan y consuelan. Y cuando le permites formar parte de tu vida nada vuelve a ser igual. No hay límites, no te conformas, nada te descalifica, sino que abres tu corazón para experimentar la sanidad y la transformación de Su presencia en tu vida, esperando lo mejor que Dios tiene para ti.
Escrito por Marianella Sosa