Las mujeres tenemos un lugar especial dentro del hogar dado por Dios, porque Él conoce nuestra fortaleza. Tenemos la habilidad de usar la sumisión a nuestro favor; tenemos la capacidad de guardar silencio y dejar pasar ciertas situaciones, no por debilidad sino, porque entendemos cuándo no es el momento oportuno, especialmente si los ánimos están descontrolados o nos estamos llenando de ira. Somos estrategas innatas en la resolución de conflictos.
Es cierto que muchas mujeres han descuidado su papel en la sociedad por querer mostrarle al mundo que son capaces. Está más que demostrada nuestra capacidad en diferentes áreas dentro de la sociedad, pues, física y emocionalmente somos fuertes y no necesitábamos salir de casa para comprobarlo: Tenemos la capacidad de ser madres, llevamos un ser dentro de nuestro cuerpo durante nueve meses, soportando malestares e incomodidades de diferentes tipos, pasamos horas con dolor de parto y todo lo que ésto conlleva… Si esto no evidencia que somos fuertes, nada lo hará. Además, luego de ser madres, las responsabilidades y deberes aumentan ya que nos convertimos en mujeres domésticas, psicólogas, paramédicos, cocineras, chofer y un sinfín de cosas más.
La sumisión dentro del hogar es muy importante porque dos no pueden ser cabeza; como verás, es cuestión de liderazgo. Que alguien más lleve el liderazgo no significa que el resto del equipo no piensen o puedan tener buenas ideas; se trata simplemente de trabajo en conjunto, donde cada quien tiene una responsabilidad diferente y eso no te hace inferior. Se trata de entender que como mujer, eres una pieza importante y si faltas, las cosas seguirán su curso pero no serán igual; por eso es que debemos desempeñar nuestro papel sin importa a qué altura de la escalera estemos.
Somos parte de un gran engranaje en donde no podemos delegar nuestra función y estas son algunas características que, como mujeres, nos define:
- Somos empáticas por naturaleza, es decir, nos resulta fácil ponernos en la piel de otros y alentarlos.
- Somos activistas, pues, reconocemos las debilidades del sistema que nos rige y enfrentamos la situación.
- Somos sensibles ante la presencia de Dios, por lo que le buscamos e intercedemos por los nuestros de formas diferentes, y oramos por las necesidades de quiénes nos rodean, incluso, de aquellos que están lejos.
Sumisión y debilidad no son sinónimos. Como mujeres, somos muy capaces. Dios entregó al hombre y a la mujer las características y cualidades para que puedan complementarse y dos iguales no se pueden complementar, ya que sería cómo tratar de unir dos polos opuestos; simplemente, no sería posible. Por eso, aún dentro de nuestras diferencias, tanto el hombre como la mujer cuentan con las fortalezas y capacidades para desempeñar el rol que a cada cual les compete.
La biblia está llena de historias sobre mujeres admirables, fuertes y temerosas de Dios. Es digno de honra el trabajo que muchas mujeres han logrado hacer y los lugares prominentes a los cuales han llegado, pero muchas han pagado un alto precio: sus esposos e hijos son delegados a un plano de menor importancia y a veces hasta alegan que lo hacen por ellos, sin saber si es eso lo que ellos quieren, lo que necesitan o bien, sin entender que sacrifican a su familia mientras se desgastan en demostrar su capacidad. Otras veces ni siquiera tienen tiempo para formar un hogar, derivando esto a una vejez llena de soledad y sin recompensa. Tampoco me malentiendas, no es malo ser profesional, trabajar por tus sueños, crecer, ser emprendedoras y ocupar lugares importantes; el problema se da cuando dejamos de lado a Dios y a quiénes nos aman, ya que al final pagaremos un precio muy alto.
Ser sumisas es ejecutar nuestro papel con la mayor responsabilidad y amor posible sin dejar de amarnos a nosotras mismas. Si Dios dice: «ama a tu prójimo cómo a ti mismo», queda implícito el hecho que debemos amarnos sin permitir ser humilladas, subyugadas, despreciadas o deshumanizadas, convirtiéndonos así en débiles y por lo general, en mujeres maltratadas; NO, la sumisión no se trata de eso.
Dios no sólo nos hizo bellas, también nos hizo inteligentes, diligentes, amorosas, sensibles, esforzadas, sacrificadas, pero sobre todo, nos hizo fuertes.