Hace poco una lectora me contaba cómo, en el pasado, había tenido prácticas dañinas en el ámbito sexual. Prácticas que al conocer a Dios había logrado controlar, pero luego de una fuerte decepción amorosa que le había dejado una relación «aparentemente prometedora» con un chico que compartía su fe –la cual había terminado de buenas a primeras y sin razones aparentes–, quedó tan devastada que volvió a recurrir a sus antiguas prácticas con chicos, esas que tanto la avergonzaban.
Su corazón estaba claramente arrepentido, pero no sabía bien cómo hacer para dejar atrás su reincidencia en la inmoralidad sexual. Si estás viviendo algo parecido, sea cual sea tu problema (pornografía, masturbación, relaciones sexuales fuera del matrimonio, adulterio, entre otros), lo primero que quiero decirte es que no estás sola, que entiendo lo que dices, y que aunque te cueste creerlo, comprendo exactamente cómo te sientes.
Sé que en las iglesias se habla poco de estos temas, en especial si eres mujer, y es por ello que consideré importante compartirte lo que le respondí aquel día a aquella lectora, esperando que pueda ayudarte a ti también.
Llenando los vacíos de forma incorrecta:
Aunque hace muchos años había aceptado a Jesús, no fue sino hasta hace 6 años que empecé a tener encuentros genuinos con Él, encuentros que me transformaron y me dieron identidad en Él. Ese proceso empezó justo dentro de la misma iglesia, a raíz de una relación fallida con un chico cristiano que me devastó en todos los sentidos posibles.
Si bien no hay pecado mayor que otro, la Biblia es clara cuando nos habla de la inmoralidad sexual. 1 Corintios 6:18 nos dice que es el único pecado que no está fuera del cuerpo, pero en lo particular me llama la atención como lo refleja la versión TLA:
“No tengan relaciones sexuales prohibidas. Ese pecado le hace más daño al cuerpo que cualquier otro pecado”.
En mi caso, había intimado con tantos chicos que traía todo eso acumulado (años de rechazo, falta de estima, necesidad de amor y aceptación), y el hecho que mi relación con este chico cristiano fuera tan bien me hizo convencerme (antes de tiempo) que era TAN de Dios, que llené todos los vacíos que le correspondían a Dios con él (aceptación, amor, identidad…). Por eso, cuando la relación acabó (también me dejó por alguien más), eso solo implosionó en mí todo lo que traía acumulado, llevándome a una muerte espiritual que conllevó a una depresión severa, a reincidir en mi pecado, a una anorexia y casi a la muerte física.
No había una noche que no llorara y que no me odiara por ser así, por preguntarme qué ¿había hecho mal? Y aunque lo perdoné, mi dolor era tal que dejé de orar a Dios y me dediqué a llorarle, porque sentía que no había palabras que ya no hubiese dicho para pedirle que me liberara y sanara de todo lo que sentía.
Pero su amor es tan fiel que en esas madrugadas que me dispuse a estar con Él, donde solo me rendía a llorar, sin entender nada, deseando solo que Dios estuviera conmigo y consolara mi corazón, en esos momentos de suprema angustia, dolor y desesperación, sin darme cuenta, Él fue transformando mi corazón; pero después comprendí que eso sucedió cuando empecé a reconocer mi condición y extrema necesidad de su intervención, porque ya no era solo un llanto de lamento y desahogo, sino que era un llanto de perdón y clamor por intervención.
Reconociendo el problema y tomando acción:
La biblia nos enseña que la tristeza del mundo produce la muerte, pero la tristeza que proviene de Dios produce el arrepentimiento que lleva a salvación (2 Corintios 7:10). Aún en el proceso, esas noches con Él me hicieron recobrar ciertas fuerzas para tomar pequeñas pero contundentes acciones para cortar con todo lo que me dañaba, y eso incluyó contacto con personas; algunos no lo entendieron y dolió, pero si quería que Dios me sanara, debía cortar con todo y todos los que me conducían a ese círculo vicioso en el que estaba.
Recuerdo que por meses me quedé sola, y como la soledad no es buena consejera, me acerqué más a mis padres cristianos, me dediqué a servir en lo poco y a cultivar mi área espiritual en lo que pudiese, porque como dicen por ahí: “la mente ociosa es oficina del diablo”, en fin, me dejé arropar en lo íntimo por el amor de Dios, fue así como me recordó que su amor nunca caduca, y sentir su amor cuando ni siquiera yo misma podía amarme, fue lo que me restauró.
La relación que cambiará tu vida:
No importa cuán indigna te sientas, cada vez que pides perdón, Jesús dice: “ya te perdoné, una vez y para siempre, hace 2017 años atrás, cuando me hice maldición por ti”. Solo que el peso del pecado nos hace creer que somos indignos, cuando es justo en esa condición que Jesús desea que nos acerquemos a Él para transformarnos en su amor y volvernos a llevar a la cruz, a fin de recordarnos su verdad, nuestra única verdad.
Nena, ¡el Rey te está llamando! Él está tocando a tu puerta porque anhela mostrarte que eres sumamente amada, pero para llenar esos vacíos necesita que te dejes arropar por Él, que deseches todo pensamiento, sentimiento y concepción que tienes de ti, y te entregues por completo en sus brazos. En la intimidad, Él aguarda por ti justo así como estás; tan solo anhela su intervención y contra todo pronóstico, distracción, y aunque duela, ¡disponte a ello!
La religión nos hace cambiar nuestras actitudes, pero la relación transforma nuestras vidas. El tiempo de atender el llamado es ahora…