Durante mi adolescencia y mis primeros veintitantos fui una persona muy descuidada en lo que respecta a la salud física y emocional, no sabía comer sano.
Durante mucho tiempo me alimenté mal y sufrí de varios episodios depresivos a causa de varias circunstancias difíciles en mi vida. Como resultado me enfermé y, antes de mis 25 años, fui sometida a dos cirugías para mitigar los estragos del estrés y mi mala alimentación.
Todo lo vivido me llevó a prestar un poco más de atención a lo que yo misma me estaba causando, así que decidí dar un primer paso al disminuir la cantidad de azúcar que consumía e incorporando más alimentos naturales a mi dieta. Pronto comencé a desarrollar mis propias recetas y a compartirlas en mi blog de cocina saludable. No ha sido fácil, pero sigo adelante con la meta.
Así que soy cristiana y sí, promuevo la buena alimentación y el ejercicio físico y comer sano como algo que a Dios le agrada. Para muchos quizás sea un culto al cuerpo, pero para mí significa ser responsable y cuidar del templo que Dios me dio para cumplir su propósito en esta tierra. Ésta es una forma de obediencia.
Para nadie es un secreto el hecho de que vivimos una vida acelerada y llena de problemas. El estrés y la falta de tiempo nos juegan una mala pasada. Somos la generación más enferma que ha pisado esta tierra, y los más afectados, créanlo o no, son las generaciones futuras. En Latinoamérica y EE.UU ya se registran cientos de casos de niños menores de 12 años con hipertensión y diabetes, ¿de verdad creen que esta realidad va acorde con el propósito de Dios para sus vidas?
Fuimos colocados en este mundo por Dios para cumplir su agradable y perfecta voluntad, Él ha pensado para cada uno de nosotros un plan, un propósito divino que pueda de una u otra manera contribuir al esparcimiento de su Reino. Parece que muchos ya lo tienen claro, sin embargo aún son muchas las personas que, sin intención, pretenden sabotear esos planes atentando contra sí mismos por medio de una dieta basada en comida chatarra y exceso de estrés.
Mucho se habla de que nuestro cuerpo es templo y morada del Espíritu Santo de Dios, y por esta causa es necesario mantenerlo libre de actos impuros que estén fuera de lo ordenado por nuestro Padre. Con base a esto muchas personas se abstienen del sexo fuera del matrimonio, de tatuarse y de colocarse piercings, entre otras prácticas. No obstante, a la hora de comer, le meten kilos de azúcar, grasas y harinas para nada saludables. ¿Acaso no ven que eso también daña su cuerpo?
El resultado: El desgaste prematuro del cuerpo, enfermedades modernas, obesidad, y otros padecimientos que atentan contra su salud y sus vidas.
Al cuidar nuestra alimentación y la de nuestros hijos, no solo estamos siendo responsables, sino que además estamos garantizando que de nuestra parte, estamos haciendo todo lo que podemos para poder mantenernos firmes y poder cumplir la misión para la cual Dios nos ha enviado.
Además, al cuidarnos, estamos aprendiendo también a amarnos. El amor propio no es sinónimo de egoísmo como muchos creen, más bien un amor propio debe existir para poder cumplir uno de los mandamientos divinos que es el de “ama a tu prójimo como a ti mismo”. Si nosotros no nos amamos, ¿Cómo, pues, seremos capaces de dar amor a otros? No hay que irse a los extremos, siempre debemos procurar un sano equilibrio en nuestras vidas.
Entonces, yo como sano y hago ejercicios (aunque me cuesta, lo admito). No para jactarme de una escultural figura, sino más bien para estar sana y contagiar con esa salud a mi entorno. No para rendirle culto al cuerpo, sino para gozar de salud para cumplir los propósitos eternos de Dios. No para estar en “onda” porque está de moda, sino para cuidar el templo que Dios me dio en esta tierra.
Seamos amables con nuestros cuerpos, aprendamos a amarnos más. Esa es en definitiva, otra forma de amarnos y respetarnos.
“¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que han recibido de parte de Dios? Ustedes no son sus propios dueños; fueron comprados por un precio. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios.” 1 Corintios 6:19-20