Para nadie es un secreto que el embarazo causa estragos en el cuerpo de cualquier mujer. Las estrías, los rollitos que no quieren desaparecer, las cicatrices de cesáreas, y pare de contar. Y luego por supuesto está la maternidad en sí, las noches sin dormir harán surgir las terribles ojeras, lavar biberones reseca las manos, la ropa que no quiere entrar más en esa nueva figura, muchas dicen adiós al maquillaje y el cabello probablemente esté enredado en un moño desordenado.
Definitivamente esa belleza que se pensaba tener antes de tener hijos, se siente como cosa del pasado. Sin embargo, allí está la lucha latente, en el fondo muchas mujeres se preocupan al ver su nuevo aspecto y saber si sus esposos aún las encuentran aún atractivas, ese remordimiento de no ser la misma chica de la que él se enamoró las consume.
Pero aunque lo anterior no suena muy alentador, contrario a lo que muchas mujeres creen y hasta temen, la maternidad no es el fin de la belleza, sino más bien, el renacimiento de la misma. Las mamás quizás no puedan pasar tiempo en el salón de belleza, pero tienen la oportunidad de vivir el régimen de belleza de la mujer virtuosa todos los días, todo el día, en otro nivel.
La maternidad y el renacimiento de la belleza
La Biblia dice que la mujer que aplica la confianza en Dios («un espíritu afable y apacible» 1 Pedro 3: 3-5.) Con buenas obras (1 Timoteo 2: 9-10.) No dejará de convertirse en algo realmente hermoso. ¿Y quién, me pregunto, tiene más oportunidades para aplicar este tratamiento de belleza, que una madre con niños pequeños?
Todos los días, nosotras las mujeres debemos confiar en Dios para la seguridad física, el bienestar emocional y el estado de las almas de nuestra familia. Y aunque cada día a una madre le toque hacer actividades interminables y repetitivas, tales como cocinar y asear a los niños, esta puede ser la oportunidad perfecta para servir, tal como Jesús sirvió a sus discípulos. Querida madre ama de casa, hoy quiero decirte que tu nuevo rol está lleno de un sinnúmero de oportunidades para hacer menguar un poco tu egoísmo, esto es algo que solo se aprende al servir a los demás, y buscar más de Dios, quien nos dota de la fuerza y ayuda necesaria. ¡Esto sí que nos hace verdaderamente hermosas día tras día!
No te haces hermosa cuando te duchas, humectas tu piel o cambias el estilo de tu cabello, sino también cuando limpias el vómito de tus hijos, o también cuando le das ánimo a tu esposo y sirves a tu familia con alegría. Tú, querida amiga, estás confiando en Dios y haces buenas obras. Créeme que esto no pasa desapercibido y te hace no solo hermosa, sino incomparable a los ojos de tu esposo e hijos, y de gran estima delante de Dios.
La maternidad no es el fin de la belleza, es el comienzo de una belleza aún más profunda, una que nos transforma desde dentro hacia fuera. La belleza de una mujer reversible. Así que en lugar de sentir horror por la pérdida de tu liso, plano y perfecto abdomen, da gracias a Dios por la oportunidad de hallar una belleza que nunca se desvanecerá (1 Pedro 3: 3-5.).